El oficio del battiloro, una historia de familia

En el nombre de Giusto Manetti Battiloro, junto al de uno de los miembros más ilustres de la familia Manetti, está el nombre del trabajo que esa familia cultiva desde hace 15 generaciones. Battiloro [batidor de oro] es una palabra desconocida para la mayoría y casi imposible de pronunciar para los que no son italianos, pero su historia es increíblemente fascinante. Todo gira en torno al oro puro, fundido para adoptar la forma sólida de un lingote que, a través de numerosos pasos de adelgazamiento mecánico y manual, se vuelve tan fino que sólo puede medirse en micras. Es un trabajo muy minucioso de corte y batido, sabiamente alternados y repetidos, lo que crea el milagro del pan de oro.

Florencia, cuna de los battiloro

Aunque el oficio de batir metales preciosos para convertirlos en láminas ligeras como una pluma tiene orígenes muy antiguos, el uso del sustantivo “battiloro” se generalizó durante la Edad Media, cuando -junto con la demanda de panes de oro y plata- los talleres especializados en suproducción también se multiplicaron por toda Europa.

La ciudad donde esta antigua tradición alcanza su máxima expresión es Florencia. En el Renacimiento, la importancia económica de los battiloro era tan grande que grandes familias de mercaderes y banqueros del calibre de los Gondi, los Peruzzi y los Strozzi empezaron a invertir en este sector, especialmente interesadas en los beneficios generados por el pan de oro utilizado para envolver los hilos de seda y crear preciosos tejidos de oro y brocado, que se exportaban desde Florencia a todas las cortes de Europa. 

También Leonardo da Vinci quedó profundamente impresionado por la actividad, e inventó una máquina para batir el oro capaz de reducir el grosor de las láminas de 500 a 30 micras. El gran genio italiano se adelantó a su tiempo porque la primera verdadera mecanización -aunque parcial- del laborioso y refinadísimo oficio artesanal battiloro, que hasta entonces sólo se practicaba en talleres artesanales, no se produjo hasta finales del siglo XVIII y principios del XIX

firenze città dei battiloro

La historia de los Manetti es la historia de los battiloro

La historia de la familia Manetti y la del oficio de “battiloro” se encuentran exactamente en esa época entre el Renacimiento florentino y la primera Revolución Industrial y van de la mano hasta nuestros días, hasta el punto de que se puede afirmar con certeza que forman parte indisolublemente de una y otra desde hace más de 400 años.  

Cuando, en el siglo XVI, las dos historias se entrecruzan, la producción de pan de oro en Florencia es ya un asunto muy serio. Unas leyes estrictas regulan el oficio de battiloro y estipulan que en la ciudad deben producirse panes de oro de la más alta calidad, hechas sólo “cum auro optimo”, es decir, con oro puro. Más que para la industria textil, los Manetti prefirieron desde el principio ser los battiloro alservicio de la belleza de los monumentos y las obras de arte de su ciudad. La primera página de su historia bien documentada nos lleva a la cima de la Cúpula del Duomo, donde en 1602 el fundador de la familia, Matteo Manetti, hizo reposicionar la esfera dorada tras restaurarla con pan de oro producido por los  artesanos battiloro de su familia. En los siglos siguientes, gracias a la iniciativa empresarial de Giusto y sus descendientes, la familia Manetti escribirá otras páginas importantes, invirtiendo un enorme capital y unos conocimientos inestimables en la creación del pan de oro perfecto, el que todavía brilla en todo el mundo. 

El battiloro florentino más antiguo

A pesar de las innovaciones tecnológicas, la profesión del battiloro sigue siendo hoy auténticamente artesanal. Los últimos pasos del batido, que dan al pan de oro su inconfundible aspecto texturizado y a la vez impalpable, se hacen a mano, y la comprobación de cada pan al colocarla entre el papel de seda de un cuadernillo. Por eso este oficio sigue siendo antiguo y la familia Manetti está tan orgullosa no sólo de ser la familia más antigua de battiloro florentinos aún en actividad, sino también de contribuir cada día a mantener viva la competencia, la habilidad, el talento y la pasión por la belleza de los mejores artesanos del pan de oro del mundo. 

Por eso, no es de extrañar que los frutos de la maestría de los más longevos custodios del oficio del battiloro florentino brillen en todos los rincones del planeta: desde la Cúpula de Brunelleschi hasta el Museo del Hermitage, desde el Palacio de Versalles hasta el Edificio Crysler, desde el Big Ben hasta el Capitolio de La Habana, siempre el que brilla con orgullo es el oro de Giusto Manetti.