Historia 1700

1700: La Academia

Siempre a la búsqueda de la excelencia, diferentes miembros de la familia Manetti empleados en el taller asisten a la conocida Accademia del Disegno de Florencia. Uno de ellos, Niccolò, se convierte en Cónsul, heredando las funciones en un tiempo asignadas a Michelangelo Buonarroti.

Con el nuevo siglo y con el fin del gobierno de los Medici, la ebullición económica y cultural de Florencia vive un compás de espera.   La actividad de los talleres de los batidores de oro que pocos años antes registraban en sus archivos «miles de libros vacíos de oro» listos para ser llenados con delicadas láminas preciosas, sufrieron un sensible redimensionamiento.  Muchos talleres se ven obligados a cerrar y las grandes familias florentinas, como los Gondi, los Ricasoli y los Strozzi (que habían tenido grandes ganancias con los productos relacionados con el oro), reorientaban sus inversiones.

Los Manetti, en cambio, no se desalientan y lo apuestan todo por la calidad. Giovanni, Giuseppe y Giovan Domenico asisten, junto con otros pocos pintores-doradores y batidores de oro-doradores, a la célebre Accademia del Disegno de la cuidad, ampliando la oferta del taller a la pintura. La elección de inscribirse en la Accademia, que Giorgio Vasari había convertido en un auténtico lugar de formación para artistas, sugiere el deseo de los Manetti de diferenciarse de los demás talleres, aún ligados de forma exclusiva a los antiguos gremios de artes y oficios.

En diciembre de 1732, en reconocimiento a su excelencia profesional, Niccolo’ Manetti fue nombrado Cónsul de la Accademia del Disegno, heredando el prestigioso cargo que en un tiempo correspondió también a Michelangelo Buonarroti.

En torno al año 1760 el taller se trasladó al corazón artesano de Florencia, al céntrico barrio de San Lorenzo. Los hombres continuaron con la actividad de batidores de oro y decoradores, las mujeres se ocuparon de los tejidos de brocados, siguiendo una antigua tradición florentina que ya en 1300 estaba estrictamente regulada en los reglamentos de los gremios que exigían que los hilos de seda fueran envueltos «cum auro optimo» o lo que es lo mismo con el oro más puro.